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La granja de Orwell y los valores en el fútbol

  • Delphi ESG
  • 7 dic 2015
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 12 dic 2019


Estoy segura de que muchos de ustedes no han dejado de leer comentarios en sus redes sociales sobre la semifinal disputada entre Pumas y América; y tal vez, como a mí, ya no les sorprenda leer coraje en la mayoría de ellos. Y esto es justamente de lo que quisiera escribir hoy: de cómo pasamos por alto que el fútbol no puede ni debe ser un pretexto para sentirnos “superiores”, ni debe ser excusa para creernos en posición de insultar a quien apoya a un equipo distinto al nuestro. Quiero escribir de cómo un aficionado puede involucionar hasta convertirse en un fanático ciego y de cómo es importante recordar que en el fútbol, como en todo, es muy padre ver encarnada una pasión si, y sólo si, ésta va acompañada de los valores que hacen del fútbol el deporte más hermoso del planeta.

Ayer uno de mis contactos publicó un comentario que decía: “Verón diciéndole simio a Darwin Quintero. El chiste se cuenta solo…” y adjuntó una foto de Darío que, en su opinión, no era su mejor retrato. Desee tener la opción de dislike ­–no porque sea una sesgada en favor de mi capitán (el racismo no es tolerable), sino porque mi propio contacto fue racista y no cayó en cuenta de ello. Lo cual me hizo preguntarme cuánta gente podía haber así…

Como me preocupa que seamos como en la granja de Orwell, en donde los cerdos juzgan como justas a las reglas, siempre y cuando no apliquen en ellos, decidí escribir estas líneas...

Quien me conoce, sabe que soy Puma de corazón; que apoyo a mi equipo desde pequeña; que estoy con mis auriazules en las buenas y en las malas; que vivo con intensidad cada minuto de nuestros partidos y que, claro, sueño con la octava estrella. Pero, al mismo tiempo, siempre he trabajado para que el amor por la camiseta no me quite objetividad ni me separe de mi ética.

El fútbol me encanta porque cualquiera que no conozca cómo luce la esperanza, la puede encontrar en los ojos de un aficionado que sabe que su equipo anotará el gol del triunfo; porque es un escenario que nos permite ver encarnadas a la lealtad y a la camaradería; porque nos convierte en arquitectos de sueños que, cuando se cumplen, nos regalan momentos inolvidables; y porque nos hace sentir parte de la ecuación que nos llevó a levantar la copa (¿qué aficionado no tiene su playera de la suerte y su rutina ganadora?). El fútbol me fascina porque en él encuentro un pretexto perfecto para hacer amigos en el estadio; para compartir una cerveza y para sumar mi voz a la de miles más que logran que las porras resuenen en el estadio y lleguen a los oídos de nuestros once, para motivarlos más.

Sin embargo, me duele que existan sombras y que nuestro deporte se opaque por fanáticos que pasan por alto los valores que mencioné anteriormente. Me pone triste que el fútbol pierda tamaño a consecuencia de los que descargan su ira contra aquellos que visten colores distintos a los propios. Me deprime que haya gente que diga amar el fútbol pero no caiga en cuenta de que lo está destruyendo con la violencia física, con sus conductas racistas, con la trampa y con la burla al jugador o al aficionado que ha perdido.

El respeto debe existir en la cancha y en las tribunas; en la propia casa y en la calle. Sé que no es tarea fácil y que de pronto es complicado mantenerse en calma o permanecer callado cuando se está vulnerable –peor aún, si alguien se burla de nuestro dolor. Pero creo que vale la pena aguantar.

Así, con la final de dos episodios que viviremos esta semana, espero que los dos equipos universitarios se comporten a la altura, que dejen sus corazones en la cancha y que gane el mejor. Y del lado de los aficionados, espero que nos mantengamos fieles, como se nos distingue –pero no únicamente fieles a nuestra playera, sino fieles a los valores que hacen del fútbol el mejor deporte del planeta.


 
 
 

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